29 de abril de 2002
Nosotros somos los invitados al jardín: de la vida, del amor, de la felicidad, de la alegría… No permaneceremos en él siempre, ni siempre nos parecerá en flor.
Ni siquiera seremos dichosos durante todo el tiempo que lo habitemos. Por nuestra propia culpa, en buena parte.
Nosotros somos los invitados al jardín: de la vida, del amor, de la felicidad, de la alegría… No permaneceremos en él siempre, ni siempre nos parecerá en flor.
Ni siquiera seremos dichosos durante todo el tiempo que lo habitemos. Por nuestra propia culpa, en buena parte.
Sinopsis
La vida es una historia que siempre acaba mal, precisamente porque siempre acaba. A su través, nos tropezamos con aventuras, amorosas o no, con desastres y con recuperaciones aparentes. Todo es móvil en ella, tornadizo, cambiante. Todo es precedente de algo o subsiguiente de algo. Todo le hace la guerra a nuestro amor…
Nosotros se la hacemos más que nada ni nadie. Pero quién podría darse cuenta de ese menudo deterioro diario, de esa ruina invasora que nos asalta y que nos vence “de repente”, o eso creemos.
A ese desenfreno vital se refieren estas historias de amor, esperanzas hasta en su desesperanza.
***
La vida es una historia que siempre acaba mal, precisamente porque siempre acaba. A su través, nos tropezamos con aventuras, amorosas o no, con desastres y con recuperaciones aparentes. Todo es móvil en ella, tornadizo, cambiante. Todo es precedente de algo o subsiguiente de algo. Todo le hace la guerra a nuestro amor…
Nosotros se la hacemos más que nada ni nadie. Pero quién podría darse cuenta de ese menudo deterioro diario, de esa ruina invasora que nos asalta y que nos vence “de repente”, o eso creemos.
A ese desenfreno vital se refieren estas historias de amor, esperanzas hasta en su desesperanza.
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Antonio Gala conoce muy bien la zona monumental de Santiago de Compostela. Cuando viene a presentar un libro, hace un hueco en su agenda para dar un paseo y visitar la plaza de Los Literatos, conocida como la plaza de la Quintana, -de vivos y de muertos-, dividida en dos partes por una gran escalera. En los sillares del convento de San Pelayo que da a la plaza, hay una placa que recuerda la formación del Batallón Literario organizado por los universitarios compostelanos que combatieron contra las Tropas de Napoleón.
Para llegar a la plaza de Los Literatos, tenemos que cruzar la plaza de Platerías. Antonio, apoya su brazo en el mío, y observa con calma los motivos románicos que decoran la fachada de la puerta Sur de la Catedral. Continuamos hacia Literatos, una vez allí se voltea y mira las fachadas que arropan a la plaza, inspira profundamente, mira a la Puerta Santa de la Catedral y murmura una letanía inaudible que pone fin a la visita. De camino al hotel, Antonio aprovecha para contarme anécdotas y leyendas de la Plaza de Los Literatos- Plaza de La Quintana. Desde mi espacio literario os invito a leer los veinticuatro relatos que componen "Los invitados al jardín" de Antonio Gala.
PRENSA
Faro de Vigo: Carmen Villar
Titular: Antonio Gala “El que no sufre o goza por amor está muerto”
El escritor asegura que optó por el relato corto en su último trabajo por un “guiño” de la vida y del destino
Hay sueños que se hacen realidad y realidades que se construyen a partir de sueños: El último libro de Antonio Gala, que ayer presentó el propio autor en Santiago, nació de uno de esos viajes a no se sabe dónde nocturnos. Los lectores ávidos de fantasías podrán averiguarlo todo en el segundo relato de su libro “Los invitados al jardín”.
Ese sueño fue para Antonio Gala, que se confesó creyente en el Destino, un “guiño” que le indicó que camino tomar e incluso modificó su lenguaje hasta volverlo, como él mismo dijo, “distinto al mío: más jugosos, más rápido, más entregado, más fácil”. Un regreso, aseguró el escritor cordobés, a los orígenes: “la vuelta al balbuceo”, lo que “para un escritor que está ya al final de su carrera es lo mejor y lo más bonito que se puede decir”.
Ese destino en el que cree Gala (que “está escrito, pero que debemos reescribir con nuestra propia caligrafía y nuestras faltas”) no lo ha apartado, sin embargo, de su tema favorito. El gran protagonista del nuevo libro de Gala podía ser otro que el amor, como siempre, pero examinado desde muchos puntos de vista: “He pretendido contar 32 facetas de ese poliedro misterioso que el hombre ha inventado”.
Ataviado con el pañuelo y el bastón (que incluso sirvió para solucionar problemas prácticos a alguno de los fotógrafos presentes), el Gala que estuvo ayer en Santiago y que visitó la catedral, aprovechó esa consabida consigna de yo he venido aquí para hablar de mi libro para construir casi una tesis doctoral sobre ese “múltiple, misteriosos y peregrino” que es el amor y, de paso, para denunciar una actitud de la juventud (ni el botellón ni las drogas) que lo molesta: el hecho de que esquivan el amor.
“El hombre ha conseguido que en el estrechísimo solar del sexo se haya construido una arquitectura tan bella, tan frágil y tan eterna al mismo tiempo que es el amor. Ahora que ya verdaderamente tendríamos la teoría del amor bien configurada, a los chicos le da susto y dan un paso atrás y no quieren llamar amor a nada”.
El amor del que habla Gala se debería escribir con mayúsculas ya que no dudó en asegurar que “el que no sufra y el que no goza por amor, correspondido o no, está muerto. O sobreviviendo, que es algo distinto a vivir. Sobrevivir, que es cosa de animales. El ser humano necesita de la intensidad, la vibración y la palpitación de la vida”. Y eso, a su juicio, sólo lo da el amor.
Hasta el punto de que el hombre confiesa que tiene un “cementerio de rotuladores” con los que escribe, señaló que si en su tumba se hubiera de poner un epitafio, este rezaría: “Yo vivo”.
“Los invitados al jardín” de Gala son no sólo los protagonistas, sino sobre todo los lectores.
“Yo tengo dos colaboradores al principio que son la soledad y el silencio y un último colaborador que es el lector. En este caso, he querido que el lector sea, más colaborador que nunca mío, que pueda poner su firma debajo de la mía con total honestidad porque cada uno va a leer un libro diferente, según las caricias o arañazos que la haya hecho su último amor”.
“No sabemos amar”
Sin embargo, ese jardín al que invita Gala es territorio comanche. “Ya estuvimos invitados al jardín del Edén y todo acabó como el rosario de la aurora porque Adán y Eva, en el ejercicio de sus derechos, cuando todavía no estaban reconocidos los derechos humanos, ejercieron la racionalidad y la libertad”. Al contrario que esta pareja, “que salió con la cabeza muy alta”, la gente de ahora debe salir agachada “porque no sabemos amar”.
O no queremos. Gala cree que ese es el problema. Que los jóvenes de hoy en día tienen miedo a amar. Porque puede doler. “Me e dan mucha pena los jóvenes porque huyen sistemáticamente de lo que duele en un época analgésica”. El autor de “La pasión turca” cree que es precisamente el dolor el que “personaliza” y no la felicidad, “que hace que nos parezcamos todos”.
Gala, que confesó haber pasado su vida –literaria- echando a sus protagonistas del “jardín”, asegura que la hora de enfrentarse al amor, hay que tener en cuenta que “el jardín no nos pertenece. Tenemos que entrar y luego dejarlo todo en el mejor estado posible y no lo hacemos. No somos ni buenos jardineros ni buenos habitantes”.
A pesar de su pesimismo respecto a lo que quieran sentir las nuevas generaciones, Gala cree que “hay dos temas que seguirán eternamente siendo el fundamento de la literatura, las dos columnas que sostienen el edificio: el amor y la muerte”. Pero no se es tan confiado con respecto al futuro de ciertos géneros y ahora apuesta por el corto: “Para leer el “Ulises” de Joyce se necesitaría un verano como mínimo y ahora nadie de da un verano a Joyce”.
Hay sueños que se hacen realidad y realidades que se construyen a partir de sueños: El último libro de Antonio Gala, que ayer presentó el propio autor en Santiago, nació de uno de esos viajes a no se sabe dónde nocturnos. Los lectores ávidos de fantasías podrán averiguarlo todo en el segundo relato de su libro “Los invitados al jardín”.
Ese sueño fue para Antonio Gala, que se confesó creyente en el Destino, un “guiño” que le indicó que camino tomar e incluso modificó su lenguaje hasta volverlo, como él mismo dijo, “distinto al mío: más jugosos, más rápido, más entregado, más fácil”. Un regreso, aseguró el escritor cordobés, a los orígenes: “la vuelta al balbuceo”, lo que “para un escritor que está ya al final de su carrera es lo mejor y lo más bonito que se puede decir”.
Ese destino en el que cree Gala (que “está escrito, pero que debemos reescribir con nuestra propia caligrafía y nuestras faltas”) no lo ha apartado, sin embargo, de su tema favorito. El gran protagonista del nuevo libro de Gala podía ser otro que el amor, como siempre, pero examinado desde muchos puntos de vista: “He pretendido contar 32 facetas de ese poliedro misterioso que el hombre ha inventado”.
Ataviado con el pañuelo y el bastón (que incluso sirvió para solucionar problemas prácticos a alguno de los fotógrafos presentes), el Gala que estuvo ayer en Santiago y que visitó la catedral, aprovechó esa consabida consigna de yo he venido aquí para hablar de mi libro para construir casi una tesis doctoral sobre ese “múltiple, misteriosos y peregrino” que es el amor y, de paso, para denunciar una actitud de la juventud (ni el botellón ni las drogas) que lo molesta: el hecho de que esquivan el amor.
“El hombre ha conseguido que en el estrechísimo solar del sexo se haya construido una arquitectura tan bella, tan frágil y tan eterna al mismo tiempo que es el amor. Ahora que ya verdaderamente tendríamos la teoría del amor bien configurada, a los chicos le da susto y dan un paso atrás y no quieren llamar amor a nada”.
El amor del que habla Gala se debería escribir con mayúsculas ya que no dudó en asegurar que “el que no sufra y el que no goza por amor, correspondido o no, está muerto. O sobreviviendo, que es algo distinto a vivir. Sobrevivir, que es cosa de animales. El ser humano necesita de la intensidad, la vibración y la palpitación de la vida”. Y eso, a su juicio, sólo lo da el amor.
Hasta el punto de que el hombre confiesa que tiene un “cementerio de rotuladores” con los que escribe, señaló que si en su tumba se hubiera de poner un epitafio, este rezaría: “Yo vivo”.
“Los invitados al jardín” de Gala son no sólo los protagonistas, sino sobre todo los lectores.
“Yo tengo dos colaboradores al principio que son la soledad y el silencio y un último colaborador que es el lector. En este caso, he querido que el lector sea, más colaborador que nunca mío, que pueda poner su firma debajo de la mía con total honestidad porque cada uno va a leer un libro diferente, según las caricias o arañazos que la haya hecho su último amor”.
“No sabemos amar”
Sin embargo, ese jardín al que invita Gala es territorio comanche. “Ya estuvimos invitados al jardín del Edén y todo acabó como el rosario de la aurora porque Adán y Eva, en el ejercicio de sus derechos, cuando todavía no estaban reconocidos los derechos humanos, ejercieron la racionalidad y la libertad”. Al contrario que esta pareja, “que salió con la cabeza muy alta”, la gente de ahora debe salir agachada “porque no sabemos amar”.
O no queremos. Gala cree que ese es el problema. Que los jóvenes de hoy en día tienen miedo a amar. Porque puede doler. “Me e dan mucha pena los jóvenes porque huyen sistemáticamente de lo que duele en un época analgésica”. El autor de “La pasión turca” cree que es precisamente el dolor el que “personaliza” y no la felicidad, “que hace que nos parezcamos todos”.
Gala, que confesó haber pasado su vida –literaria- echando a sus protagonistas del “jardín”, asegura que la hora de enfrentarse al amor, hay que tener en cuenta que “el jardín no nos pertenece. Tenemos que entrar y luego dejarlo todo en el mejor estado posible y no lo hacemos. No somos ni buenos jardineros ni buenos habitantes”.
A pesar de su pesimismo respecto a lo que quieran sentir las nuevas generaciones, Gala cree que “hay dos temas que seguirán eternamente siendo el fundamento de la literatura, las dos columnas que sostienen el edificio: el amor y la muerte”. Pero no se es tan confiado con respecto al futuro de ciertos géneros y ahora apuesta por el corto: “Para leer el “Ulises” de Joyce se necesitaría un verano como mínimo y ahora nadie de da un verano a Joyce”.
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