Un periodista del New York Post recibe la noticia de que su amigo Gal Ackerman, veinticinco años mayor que él, ha muerto. El suceso le obliga a cumplir un pacto tácito: rescatar de entre los centenares de cuadernos abandonados por Ackerman en un motel de Brooklyn una novela a medio terminar. El frustrado anhelo de su autor era llegar a una sola lectora. Nadia Orlov, de quien hace años que no se ha vuelto a saber nada.
Llámame Brooklyn es una historia de amor, amistad y soledad, así como la crónica de un itinerario vital repleto de tachaduras e iluminaciones. Coney Island, la Toscana, los fumadores de opio d Chinatown, un bar del madrileño barrio de Cuatro Caminos durante la guerra civil o la gasolinera donde un anciano negro y ciego se gana la vida recitando la Biblia de memoria son algunos de los escenarios en los que transcurre Llámame Brooklyn, los distintos puntos de fuga remiten incesantemente a un bar de marineros donde los dos narradores van dando forma a una novela que es un canto al misterio y el poder de la palabra escrita y que sorprende y fascina al lector a cada página.
Llámame Brooklyn es una novela ambiciosa sobre la amistad, el amor y la lealtad, en la que la historia se construye de modo caleidoscópico. Un hito literario insólito en la tradición narrativa española.
Esto no tendría más importancia que la narración de la novela en sí misma, sino fuera porque el texto que nos narra Eduardo Lago semeja como almas gemelas a la Costa da Morte y al Cementerio de los ingleses, ambos, costa y cementerio, vinculados desde antaño a la historia de los naufragios de los pueblos costeros de Galicia.
Aproveché un momento de la promo para comentarle la similitud entre la costa gallega y la costa norteamericana que Eduardo narra en su premiada novela Llámame Brooklin, Eduardo me dijo “no conozco A Costa da Morte, ni el Cementerio de los Ingleses”. En otra ocasión, cuando vuelva a Galicia aprovecharé el viaje para visitar la zona.
Cementerio de los ingleses
Eduardo Lago, Marta Sanz y María Arias
Sinopsis
Amores y desamores, pasiones y odios marcan un juego de espejos en el que la autora desvela la frágil frontera de las conversaciones y entra de lleno en las confrontaciones generacionales, sexuales o de clase, dejando al descubierto los lugares comunes de nuestra doble moral. Marta Sanz nos presenta un certero retrato psicológico y social de un mundo colmado de patrones impuestos y, al tiempo, una reflexión sobre la cobardía y contra la idea de que el amor es blandenguería o renuncia.
Susana y los viejos es una novela coral que se vertebra en torno a tres generaciones de hombres y mujeres. Mujeres que los hombres de sus vidas sólo saben ver a través del filtro de un estereotipo al que ellas no se ciñen: son libres, racionales y extremadamente civilizadas, tanto que, para sobrevivir, han de comportarse a veces de un modo salvaje que rechaza los paños calientes y el lavado de cicatrices.
Susana y los viejos es una narración vibrante en la que se cuestiona los conceptos herméticos que atañen a la familia, los afectos, la libertad o el amor.
Marta Sanz con Elena Pérez
El Correo Gallego: Xurxo Fernández
La Rosa de los Vientos
Eduardo Lago se alzaba con el premio Nadal 2006 gracias a Llámame Brooklyn. Afincado en Chelsea, Nueva Cork, estudió en su día las traducciones de Ulises. Y se nota esa filia a las estructuras literarias complejas. Como las que manejaba Joyce. Como las de su exegeta Julián Ríos. También, como las de John Dos Passos. Pero de casta le viene al galgo. Lago, sobrino del pintor Lago Rivera, ha heredado los genes que marcan el buen gusto. Y está satisfecho: “Quería hacer una estructura muy ambiciosa, con la mayor dificultad, bastante inventiva como para poder economizar el mar de historias con la que tenía que bregar, como dicen los portorriqueños; y por las primeras reacciones que me han llegado de los lectores es que ha salido bien, que no se pierden. Y que habiendo hecho una novela sin traicionar ninguno de mis principios éticos y estéticos, ha sido reconocida. Me parece alucinógeno, pero ha pasado”.
Xurxo Fernández, Marta Sanz y Eduardo Lago
Faro de Vigo y La Opinión (A Coruña): Carmen Villar
Titular: “Los escritores somos peligrosos porque lo transformamos todo”
"Llámame Brookyn” es la novela con la que Eduardo Lago, descendiente de gallegos y profesor en una universidad neoyorquina, ha conseguido el premio Nadal. Quince años de trabajo para un libro que versa sobre la escritura de otro libro, cuando un autor promete a otro finalizar una obra inconclusa. Y, de fondo, paisajes de Estados Unidos y el bar de un gallego que hizo las Américas. Lago habló ayer de su obra en Santiago.
- Un libro sobre otro libro… ¿Qué pretendía?
- La novela celebra tres cosas con mucha contundencia: la amistad y la fe en la literatura.
- El autor que recoge el testigo le pregunta al más joven por qué escribe. ¿Y usted?
- Quería que mis personajes se ocuparan de resolverme ese problema. Hay cierto parecido en algunos momentos en la actualidad de Gal hacia la literatura y la que tengo yo, en el sentido de que no tiene interés por publicar, sino porque es una necesidad interior. Y este es un secreto que será la primera vez que cuente. Una historia, que aparece en el libro, disfraza una anécdota de mi tío, el pintor coruñés Antonio Lago. Había perdido un pulmón y el que le quedaba le funcionaba muy mal. El médico le dijo: “Como sigas pintando, te vas a morir”. Y él le respondió: “Es al revés: si no pintara, me moriría”. Esa visión del arte como necesaria es la que yo reflejo en la novela.
- Otro personaje, Alston, asegura que, con un libro, basta. ¿Es eso válido para usted?
- Esa anécdota también es real y se basa en mi encuentro con otro escritor. Yo no pienso que con un libro baste y me siento con energía para seguir. Pero en la novela todos los detalles que cito componen una poética muy cercana a la mía, aunque yo no estoy teniendo la purea radical de unos hombre que quemaban sus escritos y que aseguraban que 63 páginas de obras completas suponían haber escrito demasiado.
- ¿Alguna vez se lanzó estimulado por un título?
- Sí, eso me pasa a mí.
- “Ante una página en blanco hace falta un sortilegio para producir el milagro”. ¿Es así?
- Le tengo respeto a la página en blanco, pero no miedo. Yo no tengo ningún problema para llenar la página de signos. Yo escribo muchísimo y a gran velocidad, y luego paso meses limpiando. Del capítulo siete escribí 70 versiones.
- ¿El “Okland” existe? ¿Y lo regenta un Frank gallego?
- Sí, y era de un gallego, un tal Montero de Meirás. Toda mi familia paterna es de A Coruña. Y el personaje de Frank es un homenaje porque creo que los gallegos tienen esa cosa celta que comparte uno de los autores más admirados por mí, Joyce, esa fuerza narrativa espontánea que tenía Cunqueiro donde todo se convierte en historia. Un poco de eso viaja por mi sangre.
- Los escritores, dice Frank, transformaban la realidad. ¿Escribir es eso?
Sí. Somos una raza peligrosa, transformamos todo, lo cambiamos, pero para llegar a un nivel expresivo diferente.
- Cada uno tiene un cuadro que es suyo, dice. ¿En su caso es…?
Es la “Vista Delft”, de Vermeer. La teoría es de un amigo y me gusta porque se parece mucho a las teorías totémicas de los aztecas, que dicen que tenemos un animal que es nuestro doble.
Carmen Villar con Eduardo Lago
Fotos de Eduardo Lago con los periodistas que lo entrevistaron durante la promo en Santiago.
Ramón Castro de Onda Cero
Radio Galega
El Correo Gallego: Xurxo Fernández
La Rosa de los Vientos
20 de febrero 2006
La finalista del Premio Nadal 2006 fue Marta Sanz, por Susana y los viejos. Le salió sensual, adictiva, fantástica. “Estoy satisfecha con el retrato psicológico de unos personajes que son difíciles de tratar. Los he hecho verosímiles, y eso en literatura es complicado. Y por poner la referencia cultural al servicio de la construcción del puzzle de la identidad de cada uno de ellos. Y el ejemplo es haber conseguido no hacer la asistenta Clara una chacha. Hay un urdimbre de referencias pictóricas, cinematográficas e incluso musicales”.
En resumen. Destino ha vuelto a sus cimas gloriosas, de Cunqueiro a Martín Garzo.
19 de febrero 2006
Titular: “Escribir sobre la muerte es una obligación moral”
La autora defendió en Santiago que las mujeres deben perder el miedo a la soledad.
La vejez, el miedo a la muerte y otros asuntos no muy agradables, pero sí muy humanos, se dan cita en “Susana y los viejos”, el libro que le ha valido a Marta Sanz ser finalista del Premio Nadal. La autora estuvo en Santiago para presentar una novela que ofrece una imagen de la mujer más allá de los tópicos y defiende hacerse mayor con dignidad.
La vejez, la muerte, la decrepitud… ¿No le da miedo escribir sobre esos temas?
Cuando uno escribe sobre la muerte, sobre la enfermedad y sobre la vejez, de alguna manera está conjurando s sus propios demonios. Hablar de estos temas puede ser desagradable, pero creo que es una obligación moral para el que escribe y para el que lee. Lo que pretendo es dramatizar porque tener miedo a la muerte es absurdo. Yo quiero que tengamos miedo a cosas reales, contra las que verdaderamente se pueda combatir. Temer a la muerte me parece una forma de alienación.
- Como escritora, ¿le gustan las historias ajenas?
- Un escritor nunca parte de historias ajenas. Siempre partimos de historias propias que reconstruimos. En el fondo, siempre estamos contando historias que nos han tocado.
- ¿Dejarse llevar por la imaginación es terapéutico?
- No creo que la literatura tenga nada de terapéutico. Sí puede incluir eso, pero me interesa más aquella en la que la imaginación del autor es reconocible e identificable por parte del lector, que puede asociar lo que lee a su vida cotidiana.
- La ciencia ficción no le gusta entonces…
- Me gusta muchísimo, pero soy fanática del terror. Cuando recogí el “finalismo” del Nadal, como yo le llamo, dije que mi novela era una novela de terror realista o realista de terror porque los clásicos dicen que el mecanismo del terror consiste en conseguir que las cosas de la realidad cotidiana se vuelvan extrañas. Y yo creo que vivimos en un mundo en que estamos rodeados de elementos de extrañamiento que hacen de esta sociedad un lugar terrorífico.
- “Todas las mujeres del siglo XXI somos víctimas”, dice Lorena. ¿Lo somos?
- Estoy absolutamente convencida. Por la historia que tenemos a nuestras espaldas y porque las mujeres que en apariencia se emancipan, lo hacen muchas veces reproduciendo unos esquemas en el mundo del trabajo que son los propios del varón en los sistemas capitalistas más bestias y más salvajes, con lo cual la emancipación en el trabajo es una trampa terrible que yo no sé cómo podremos solucionar.
- “La única obligación que tenemos las mujeres es perderle el miedo a la soledad”.
- Comparto esa opinión porque creo que tenemos una serie de dependencias afectivas monstruosas. No sé si los hombres las tendrán, pero lo disimulan más. Tenemos que intentar salir de esta bolsa fetal en la que vivimos y pensar que, si no te quieren, no pasa nada.
- En el libro también se reflexiona sobre la palabra como instrumento de poder.
- Sí, hay una escena en la que Max se acuesta con su novia y piensa en Clara y diferencia: “Lo que en Pola son senos, en Clara son tetas”. También en el libro hay una reflexión sobre el significado social del cuerpo y cómo los cuerpos no significan lo mismo dependiendo de la clase social a la que pertenezcas. Y que no es lo mismo el cuerpo de la salud que el de la enfermedad, el de la vejez que el de la juventud y el cuerpo del rico que el del pobre. La lengua es un instrumento de poder y eso las pobres tienen “chocho” y las ricas “vagina”
- Entonces la revolución tendría que empezar por apoderarse del lenguaje y no de los medios de producción…
- Por las dos cosas.
......
Marta Sanz y María Arias
A continuación, fotos de Marta Sanz con los periodistas que la entrevistaron en Santiago
Radio Galega
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